Bienestar consciente

¿Quien tiene hambre ahí dentro? (parte II)

¿Quién ha dicho hambre?  Comer es un acto que tenemos que realizar entre tres y cinco veces al día para sobrevivir y por muchas diferentes razones, casi siempre realizamos de modo automático y con cierta rapidez, a no ser que tengamos una comida de trabajo, donde lo que menos importa es la comida.

Y en muchos casos este automatismo nos lleva a comer sin saber ni qué ni por qué comemos, sin embargo, si prestamos atención al acto en sí, podemos descubrir que comer es uno de los actos más enriquecedores y sensuales que realizamos al día, aunque sea una simple ensalada.

Mi querida maestra y amiga, Jan Chozen Bays, gran profesional de Alimentación Consciente, describe en su libro COMER ATENTOS el hambre en 8 tipos. Si, habéis leído bien. Tenemos 8 tipos de hambre y estos son: hambre visual, hambre olfativa, hambre bucal, hambre auditiva, hambre estomacal, hambre celular, hambre mental y hambre de corazón.

En el artículo anterior, hablábamos en más profundidad sobre el hambre visual con su famoso “come con los ojos”, del hambre olfativa y como los olores nos pueden conectar con recuerdos incluso llevándonos a nuestra niñez, del hambre bucal y esa sinfonía de sensaciones y sabores que despiertan en la boca con cada alimento, del hambre auditiva y como el sonido de las palomitas del vecino en el cine nos despierta todas las glándulas salivares y por último del hambre estomacal, ese músculo que se deja llevar por nuestros hábitos alimentarios.

Y desde aquí retomamos con el hambre celular, que es diferente al estomacal. El hambre celular está directamente conectado con nuestra sabiduría interna, esa que todos tenemos dentro desde siempre y que cuando éramos pequeños nos avisaba de que tocaba comer algo independientemente de la hora que fuese. Esa sabiduría que a medida que hemos ido creciendo hemos acallado por todo el ruido externo tanto de padres, amigos, maestros, medios de comunicación que parecen saber más y mejor que nosotros mismos sobre lo que es bueno y malo y sobre lo que hay o no hay que comer.

Pero si lo que queremos es recuperar una relación saludable y equilibrada con la comida, es esencial que aprendamos a dirigir nuestra consciencia hacia el interior para así volver a escuchar lo que nuestro cuerpo nos está diciendo acerca de sus necesidades y satisfacción.

¿Cómo podemos aprender a escuchar la llamada de las células pidiendo nutrientes? El cuerpo puede indicar que tiene hambre a través de síntomas como dolor de cabeza, vértigos, irritabilidad, sensación de mareo o súbita pérdida de energía y agotamiento. Y el mindfulness o la atención plena nos ayuda a tomar conciencia de ello. Hay muchas maneras de ser amables con nosotros mismos y pararnos para escuchar a la sabiduría de nuestro cuerpo es probablemente la manera más adecuada. Hay que tomarse una pausa antes de comer y dirigir la atención hacia el interior y preguntarle al cuerpo que necesita para hacer su trabajo.

El hambre mental se basa en pensamientos. Aquí es donde habitan todos los “debo”, “puedo”,

“conviene”, “merezco”, “debería”, “esto no”, “nueva dieta ultra-rápida”, “deshazte de esos kilos YA”, etc, etc, etc. Es decir, el hambre mental se suele basar en absolutos y opuestos: comida buena vs comida mala, lo que hay que comer vs lo que no hay que comer. Y no hay nada bueno o malo, NADA. Sólo depende de cuanto comamos. Es decir, hoy en día el aguacate es súper sano, pero si nos hinchamos de aguacate desayuno, comida y cena, le estamos dando a nuestro cuerpo un exceso de grasa vegetal con la que tendrá que lidiar posteriormente. Los huevos fueron unos villanos durante una buena temporada y sin embargo en estudios posteriores se vio que el huevo no aumenta el riesgo de ataques de corazón. Y frente a todos estos absolutismos, yo opto por el camino budista que nos aconseja no dejarnos atrapar por ningún extremo. Es decir, no aferrarnos a ningún tipo de comida ni despreciar otros. La comida es comida. Y el resto, son juegos mentales.

Es la mente la que nos genera ansiedad. Es la mente la que considera que el cuerpo debería cooperar y comer a la perfección si puede mantenernos perfectamente informados acerca de la verdad, de datos nutricionales científicos. Cuando en realidad se ha demostrado que esos datos acaban siendo siempre temporales y variables. Cuando nos alimentamos basándonos en los pensamientos de la mente, nuestro comer suele estar basado en la preocupación. Cuando la mente se acerca a lo que deberíamos y no deberíamos comer, se aleja del disfrute de lo que tenemos en la boca.

Es la mente la que nos conecta con la sensación de escasez y nos invita a almacenar por si acaso nos quedamos con hambre y no hay nada más que comer más tarde, imponiéndose a todo el resto de las señales de saciedad y satisfacción.

Si queremos establecer una relación equilibrada con la comida, debemos aprender a escuchar la profunda sabiduría del cuerpo.

¿Que satisface nuestro hambre mental? La mente se queda realmente satisfecha cuando se calma. Cuando el crítico interno o todas esas voces contradictorias que hablan sobre la comida se aplacan. Entonces es cuando podemos estar totalmente presentes mientras comemos; cuando estamos llenos de conciencia, nos llenamos de satisfacción.

Y por último pasamos a hablar del hambre de corazón. La comida siempre ha unido mucho. Ya desde las cavernas, los hombres se sentaban alrededor del fuego a compartir la caza. Era un punto de encuentro, de compartir. De sentir HOGAR. De hecho etimológicamente, la palabra hogar viene del latín focus que significa fuego. La palabra hogar proviene del lugar donde se encendía el fuego, a cuyo alrededor se reunía la familia para calentarse y alimentarse. La comida está intrínsecamente asociada con el cuidado y el amor. Cuando salimos de la tripa de nuestras madres, la toma del pecho no solo es la toma de alimento sino que supone para nuestro cerebro un estímulo de calor, conexión profunda y amor. Y todo esto, inconscientemente, lo tenemos asociado con la comida.

Y por ello, cuando tomamos consciencia de cuándo y cómo comemos, empezamos a darnos cuenta de que quizá comemos en un intento de llenar un agujero, no en el estómago, sino en el corazón. Comemos cuando nos sentimos solos. Comemos cuando acaba una relación. Comemos en las celebraciones. Cuando estamos tristes. Cuando estamos alegres. Pero… debemos comprender que la comida que metemos en el estómago nunca podrá llenar algunos vacíos, ni calmará ese dolor en el corazón.

No es casualidad que muchos de los platos que nos reconfortan suelen ser los que solían prepararnos nuestras madres o abuelas. Para cada persona, la comida que está sazonada con amor es distinta. Cuando hablas con gente de comida casera, de comida reconfortante, siempre descubres una historia cálida, con sensación de conexión, amor y compañerismo. El corazón se nutre a través de la intimidad y conexión con los demás.

Alimentamos nuestro corazón cuando ponemos atención al prepararnos la comida, cuando nos tratamos como si fuésemos un invitado a la mesa. Arreglar con cariño el plato nos cuesta poco y sin embargo nos alimenta la vista y el corazón.

En última instancia, lo que alimentará nuestro corazón es la intimidad con este preciso momento. Podemos experimentar esta intimidad con cualquier cosa que se nos presente: gente, plantas, arroz, piedras o uvas. Eso es lo que nos aporta estar presentes: el dulce y penetrante sabor de la verdadera presencia, con uno mismo primero y con el entorno después. Cuando esa presencia nos llena, todo hambre desaparece. Todas las cosas, tal y como son, representan un rendimiento al momento presente.

Hoy en día vivimos con una incesante sensación de no tener suficiente, de no hacer suficiente, de no llegar a todo, por lo cual nos da la sensación de que en realidad no llegamos a nada. De estar más conectados que nunca al mundo y sin embargo más desconectados que nunca de nosotros mismos, llevándonos a sentir una soledad tremenda y la comida puede ser una magnífica ocasión para escapar de esta soledad. De esta sensación de vacío, De esta sensación de no ser o tener suficiente.

Sin embargo, si comemos con la mente abierta. En conexión con nuestras emociones, sensaciones físicas y pensamientos, sean los que sean, conectado y honrando los alimentos que nos permiten seguir con vida, si comemos con esta mente abierta, despierta y atenta, entonces podemos experimentar nuestra conexión más íntima con todos esos seres, disolviendo nuestra soledad.

Así que te pido que la próxima vez que vayas a hacer una comida, chequea con todas tus hambres. Si sientes hambre pero descubres que tu boca, estómago o cuerpo no tiene hambre, entonces casi seguro, estás sintiendo hambre de corazón.

Y para alimentar ese hambre te sugiero que llames a un buen amigo, salgas a dar un paseo consciente con tu mascota, realices alguna actividad en el jardín, pongas tu música favorita o simplemente te sientes un rato contigo misma en tu rincón de meditación.

Y si comes, hazlo lentamente, sin esconderte, y abre la conciencia a la multitud de seres que hicieron posible que estos alimentos estén en tu mesa. ¡Y DA LAS GRACIAS!

2 comentarios en “¿Quien tiene hambre ahí dentro? (parte II)”

    1. Muy buenas tardes Amparo, muchas gracias por tu apreciación y tu aportación. Es tan liberador «entender» lo que nos sucede, ¿verdad?. Pasar del juicio a la liberación de comprender y abrazar lo que hay nos hace seres completos, creativos y llenos de recursos.
      Deseo que estés bien en medio de la situación actual que nos azota.
      Y quedo a tu disposición para cualquier cosa que quieras compartir.
      Un abrazo sentido,
      Cuca

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