Suelo coger vacaciones en el mes de Julio, y este año los meses previos a las vacaciones han estado especialmente cargados de trabajo por lo que, con más razón “necesitaba desconectar física y mentalmente”. Pues bien, si ya me estaba costando llegar a Julio, en la última semana surgió un tema personal difícil de afrontar que terminó por drenar la poca energía que me quedaba en el cuerpo. Literalmente. Mi cuerpo reaccionó y entré en las vacaciones con una diarrea que me hizo parar de golpe para escuchar a mi cuerpo y sanar.
Y así llegué a la playa.
Deshaciendo la maleta y haciendo planes para salir a cenar me dí cuenta de que el comienzo de las vacaciones esta vez iba a ser diferente y eso, inicialmente, me puso de muy mal humor.
Para mi las vacaciones empiezan oficialmente cuando llego a la playa y me tomo mi primera cerveza. Esto siempre va seguido de la primera visita a nuestro restaurante favorito en el puerto. Y según lo cansados que estemos, por ser la primera noche, quizá terminemos con un delicioso Gin & Tonic en el puerto para celebrar que lo hemos conseguido, que hemos llegado un año más a las tan ansiadas vacaciones. Pero este año nada de eso iba a ser posible.
Salí de muy mal humor al restaurante y con cara de pena-rabia-enfado-desesperación pedí una botella de agua y un arroz hervido mientras mi pareja se tomaba su pasta arrabiata acompañada de vino italiano. Al fin de cuentas, ¡no había estado esperando tanto las vacaciones pera comenzar así!
Durante un buen rato estuve dándole vueltas en mi cabeza buscando el culpable de mis males, intentando inconscientemente sacar de mi el malestar y todas las emociones que le acompañaban. Y poco o nada consciente del arroz que me estaba tomando y como le estaba sentando a mi cuerpo.
Harta de mi propio “veneno mental”, levanté la mirada y por primera vez vi la belleza del sitio al que por fin había llegado. La luna, la playa, los barcos, las luces, la brisa, la compañía. Si, con indisposición pero también con unas semanas de descanso y disfrute por delante.. Cerca de mi amado mar.
Y ahí surgió la curiosidad aprendida durante todos estos años cristalizada en una pregunta que me ha ido acompañando este el verano. ¿Qué pasa si….? ¿Qué pasa si no inauguro mis vacaciones con la tradicional cerveza? ¿Serían menos vacaciones? ¿Qué pasa si no me termino el plato de arroz que tengo delante y me quedo con hambre?
Y los días fueron pasando llevando esta pregunta a diferentes aspectos de mi día a día ¿Qué pasa si no bebo vino con la comida hoy? ¿qué pasa no me termino el plato y lo pido para llevar? ¿qué pasa si combino playa con explorar las montañas volcánicas que rodean las playas? ¿qué pasa si mañana madrugo para explorar la costa a pie con mi cámara fotográfica? ¿qué pasa si en vez de café tomo infusiones?
Con todo esto, lo que inicialmente parecía una situación desastrosa en mi foro interior y gracias a esta curiosidad aprendida durante estos años este verano he conseguido disfrutar de unas vacaciones en el sitio de siempre de una manera muy diferente, descubriendo nuevos lugares, nuevos hábitos, realizando nuevas actividades físicas, y cuidándome de una manera mas consciente.
Porque la curiosidad y la conciencia están íntimamente ligadas.
En el plato y en la vida.